martes, 27 de febrero de 2018

El Bordo Alto.





Todas las fotos de #EdgarP.Miller

Desde la primera vez que salí a andar con los Caminantes del Maguey, mire la majestuosa montaña llamada Bordo Alto. Pareciera ella un inmenso elefante echado donde la cabeza sería la parte más alta.

Entonce me platicó Ismael que ellos ya habían ido y que había sido una travesía sufrida, exhausta. Aquella vez llevaron bestias como soporte. Y por lo que noté, durante todas las veces que fuí a caminar mientras él vivió, no parecía que subir de nuevo fuera una meta. Así que con el paso del tiempo el deseo de subir se me acrecentó, un deseo que fue compartido con los demás caminantes que no habían hecho el recorrido. Fue hasta el domingo pasado 25 de febrero del 2018 que se me cumplió el deseo de estar en esa cima, aunque no llegué a lo más alto debido al cansancio de mis compañeros, ya que llegamos a sólo unos metros de la punta; un lugar llamado el aguaje. Sin embargo nos dió gusto llegar hasta ahí por lo que sentimos que lo logramos; además, al menos yo, quedé invitado para volver a intentarlo.


El bordo alto, para aquellos que no son de estos rumbos, es una montaña de la Sierra Madre del Sur al poniente de la capital del estado de Guerrero de México, en cuyas faldas se encuentra un pequeño poblado llamado Amojileca, separado de la montaña por el Río Huacapa, el mismo río que cruza Chilpancingo; la capital. Tiene la altura de 2,322 m., su cima se localiza en el punto: 99° 34' 42.42" W, 17° 35' 36.88" N -99.578445859040954, 17.593578674263803. La montaña está bastante erosionada y con pocos árboles maderables pero multitud de otros: casahuates, amacoxclis, tepehuajes, burseras, etc.; también arbustos en gran cantidad y variedad, tal vez la ausencia de maderables fue debido a una tala inmisericorde en los siglos anteriores al que vivimos. Personas dedicadas a la biología me comentan que esta región es muy endémica así que se encuentran plantas y animales únicos.


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Como siempre iniciamos la caminata en Chilpancingo en la plaza central, que es el punto de reunión, y partimos en vehículo hasta Amojileca. Ya ahí después de tomar un rico café en casa de Víctor pasamos por provisiones y por nuestro amigo el can Scooby-doo.


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Continuando nos enfilamos hacia la montaña y caminamos hasta un lugar donde empieza la ladera, existe un horno en ese lugar para cocinar los magueyes con los que preparan el Mezcal, así que para hacer el honor al elixir nos tomamos los del estribo. El mezcal es nuestro eterno acompañante, no existe mejor energético para una larga caminata que un buen mezcal de Amojileca. Aseguren que sea del mejor o al menos que sí sea mezcal.


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La montaña a simple vista muestra un perfil de tres jorobas, que para subirlo nosotros empezamos entre la primera que es la más baja y la segunda en tamaño, se camina por un sendero pequeño que va por el lado sur desde la falda subiendo hasta la tercera joroba que es la más alta. 


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A partir de aquí todo es subir, a veces muy empinado y en otras más, el camino no es un sendero apisonado de arcilla como el de un deportivo; no, es uno escabroso con rocas y piedras puntiagudas y filosas. Así que se debe caminar con cuidado. Seguimos caminando, se hicieron varias paradas de descanso nos entretuvimos un rato con la piedra campana del padre Balta. Ahí hicimos un pequeño receso mezcalero, le compartí algo de mi agua a scooby-doo que ya no la veía por la sed, se restregaba contra las pequeñas verdes y frescas palmeras lamiéndoles las palmas para refrescarse.


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Nuestro guía fue Víctor que curiosamente nunca había ido al lugar y sólo nos guiaba a través de las indicaciones que le dio su padre, para que más, las personas inteligentes luego, luego agarran la ruta; y así fue, en cuanto a llegar, nunca se dudó del camino, salvo en una ocasión que Leo quiso experimentar nuevos rumbos, bueno es cuestión de ciencia el experimentar lo nuevo.

El saber que se había perdido nos causó gran pena al principio y alegría después, ya que nuestras sucias mentes estaban pensando algo peor, un infarto o mínimo una insolación, ya hasta estábamos implementando como le haríamos para bajar ese trozo de carne.

Cuando lo encontró Francisco pasamos del blanco aterrado al rojo insolado. Sobretodo Francisco que tuvo que bajar un tramo y volver a subirlo. Cosa que dos mezcales fueron necesarios para superarlo, no le sirvieron de mucho porque traía una desvelada que no la tenía que confesar para que supiéramos como se sentía. Finalmente llegamos al primer plano y a la vez el último lugar de subida, le llaman el aguaje del bordo alto, pienso que para mis acompañantes y amigos este lugar fue como salido de un cuento fantástico, porque se acomodaron y ya no les miré trazas de continuar, siento que ya ni avanzar ni regresar.


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Se alcanzaba mirar a una pequeña y baja distancia la punta del Bordo. Así fue que después de darle entre al bodegón; para bajar los alimentos yo intenté en solitario la caminata al destino. 


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Avancé entre un austero bosque de encinos por un camino que se notaba apenas, pero que a leguas se veía que tenía algunos meses que nadie lo andaba, llegué hasta la ladera del lado norte desde donde apenas entre los árboles alcance a mirar la parte norte de Chilpancingo y la extensa Sierra Madre del Sur hacia el oriente. 



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Ya no existía camino así que al ver una alambrada, caminé siguiéndola, pero a manera que avanzaba el bosque se hacía más denso y consideré que no habría nada que mirar desde lo alto ya que supuse falsamente que los árboles cubrirían el paisaje. Así que me quité mi sudadera y bajé corriendo hasta donde había dejado a los Caminantes.

Este lugar maltratado por la gente del lugar debió haber sido fascinante en un tiempo, le quedó algo de su encanto por lo que estuvimos ahí bastante tiempo, calculamos que dos horas sentados entre dos viejos encinos, que como dijo Víctor debieron respetarlos para que tenga sombra el ganado que llega a beber agua en la temporada de lluvia, de la que se acumula en una hondonada que seguro fue hecha para eso. 


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Este plano es una pequeña meseta donde se miran algunos viejos encinos talados recientemente, pero a sus alrededores existen vestigios de lo que en un tiempo fue un tupido bosque.


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Yo hice una pequeña siesta en este lugar de clima agradable y ambiente silencioso hasta que Boli como no queriendo me despertó marcando con eso el momento de partida. Así pues que nos tomamos lo que quedaba en la copa de mezcal, recogimos todo lo que llevamos y partimos de regreso. Decía el Caminante Tulio, de bajada hasta las piedras ruedan, pero bajar rodando es algo no deseado por los caminantes, así que con mucho cuidado y esfuerzo iniciamos el descenso, el camino tiene mucha grava y piedras sueltas, estas son como balines sí se pisan y si no está uno alerta podría, en el mejor de los casos, tirarnos, en el peor, rodaríamos por una ladera hasta el fondo de ella. Y sí, nos caímos al menos una vez cada quién.


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La bajada termina en la tranca de consejo, en Las Joyitas. Llegamos primero Víctor y yo. Realmente yo no me sentía cansado, pero sí bastante sediento, así que después de un rato de estar en la sombra de los árboles de ese lugar, seguí solo hasta Amojileca, donde en una tienda de abarrotes compré una bebida hidratante y me senté tranquilamente en la saliente que acostumbran poner en las construcciones de los pueblos para tal propósito. Bebiendo el líquido hasta que me alcanzaran los demás. Llegó Pancho y con él fuimos a comer algo a la fonda de Víctor, los demás habían llegado por otra ruta.





https://www.facebook.com/pg/caminantesdelmaguey/photos/?tab=album&album_id=1544736738941122

https://youtu.be/Q5Qis0G3Ka8

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